jueves, 15 de septiembre de 2016

Contenido y forma

       
Luis Fega. Macal, 330 x 220 cm.
Suele ocurrir con bastante frecuencia, que al autor de una obra de arte se le pidan explicaciones sobre la misma. Desconocen los que tal información demandan, la enorme dificultad que conlleva la respuesta, pues se trata de volcar otros modos de expresión al lenguaje de la palabra; de transformar en definitiva un lenguaje en otro. Si sabe en cambio el traductor que accede a este trasiego, que por mucho empeño que ponga; en lo esencial, el resultado del
mismo nunca resulta aclaratorio.

Hay una pregunta que suele plantearse reiteradamente en términos parecidos a los siguientes: ¿qué es lo que quieres decir con este cuadro? o bien, ¿cuál es el significado de esta obra? Se pretende con estas averiguaciones, llenar el vacío experimentado ante algo que a uno nada le dice, creyendo los que así actúan que, tal vez la explicación les permita comprender.

Pues bien, aunque así fuese, habría que concluir que la sola comprensión de una obra de arte deja de lado la finalidad de la misma, su razón de ser.
Podemos ser capaces de desentrañar múltiples aspectos del trabajo de un artista, pero si a pesar de todo ello permanecemos insensibles, si lo que miramos no produce en nosotros la más mínima emoción, podemos también estar seguros de que, entre nosotros y el hecho artístico, no se da la comunicación básica para la que éste ha sido creado.
Vayamos al primer modo de plantear la pregunta. ¿Qué es lo que debería contestar el autor? Una respuesta correcta, aunque aparentemente impertinente, podría ser: "pues mire Ud., quiero decir lo que digo, ni más ni menos". Y así es; porque la obra, una vez concluida, dice únicamente aquello que sus formas y su materialidad le permiten decir; y si durante la ejecución de la misma, lo pretendido, no pasa a formar parte de ella, si no conforma lo creado, las intenciones se quedan en nada. Por lo tanto, a posteriori, la declaración de intenciones solo serviría para evidenciar las carencias de la obra. Lo hecho, hecho está.

Más importante que lo que se quiere decir es el modo de decirlo. La forma de expresarse significa más que lo que se pretende expresar, emite un mensaje en paralelo, con más fuerza que la pretendida narración. Lo determinante no está en lo narrativo, en la literatura de la pintura; esto, a fin de cuentas, en caso de existir, solamente es un complemento, un pretexto para realizar la obra. Así pues, el fondo, o dicho de otro modo, el contenido, está exclusivamente en la forma, en el modo de usar el lenguaje.

Pongamos dos ejemplos: ¿cree alguien que el cuadro de Picasso, Les Demoiselles d' Avignon es importante por reflejar la cotidianidad de unas prostitutas de la calle Avinyó de Barcelona?, ¿o que, y siguiendo con el mismo autor, el Guernica se puede considerar un buen cuadro por el hecho de describir un bombardeo? La respuesta es evidente.
La importancia del hecho artístico, como ya dijimos, está en el lenguaje, en el modo de usarlo, en las aportaciones o rupturas que somos capaces de introducir; y aquí es donde entra en juego la labor del crítico. El autor ya se expresó con su obra, ya se explicó, y lo que añada éste, poco importa.

En cuanto a la segunda pregunta, no nos deberíamos preocupar tanto por el significado. Todo significa. Incluso el hecho de no querer significar, ya es de por sí significativo. En una época en la que todo debe ser explicado, no estaría de más crear espacios de misterio, espacios de silencio. A fin de cuentas, también nosotros habitamos un universo del que desconocemos su finalidad y no por ello dejamos de estar vivos, más bien al contrario, quizá sea eso mismo lo que nos hace vivir.

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