domingo, 18 de diciembre de 2016

Sobre el significado en el arte

     
      Para acabar con la tradición centenaria basada en la mímesis lospintores cubistas, a comienzos del siglo XX, cerraron la ventana renacentista a través de la cual los artistas europeos observaban el mundo.

Todo cambió a partir de ese momento. La mirada hacia el exterior (narrativa) tornó en mirada introspectiva, (casi siempre formalista) y las transformaciones formales, que se sucedieron durante varias décadas, convirtieron al pasado siglo en el más creativo de la historia de la humanidad.

En los años cincuenta, mientras tenía lugar la segunda gran oleada transformadora, el crítico de arte norteamericano Clement Greemberg consideraba el contenido en el arte como un estorbo y su círculo de artistas, los expresionistas abstractos norteamericanos, creían que la búsqueda de significado era un obstáculo, un signo de
atraso que debían evitar. Para este grupo de pintores, herederos del cubismo y la escritura automática de los surrealistas,

la significación estuvo al margen de sus esquemas de trabajo; se atuvieron solamente a cuestiones relacionadas con la forma y, con tales planteamientos, fueron capaces de crear obras de arte del más alto nivel.

Paradójicamente, en la actualidad, gran parte del arte se ha vuelto literario. Las vanguardias, que tan insistentemente rechazaron la narración, hoy se deben al uso de la palabra, hasta tal punto, que son incapaces de subsistir sin el apoyo de una narración justificativa.

Desde que las obras de arte ya no tienen que parecerlo el trabajo creativo precisa del apoyo teórico, para discernir la obra de arte de aquella que no lo es. En consecuencia, el eje de la discusión, se desplazó hacia ámbitos teórico-conceptuales, en detrimento de los razonamientos formalistas.

La interpretación y la búsqueda de significado son ahora una constante en el mundo de la creación y estos requerimientos se aplican, incluso, al arte abstracto, lo cual no deja de ser un contrasentido.

Antes o después, todo significante acaba significando; incluso el propio deseo de no querer significar ya es de por sí significativo. No es imprescindible, por tanto, un ahondamiento en lo teórico; el arte no se nutre de certezas.

Es importante dar cabida a lo inesperado, a lo no sabido. Limitarse a la aplicación de una serie de reglas aprendidas de antemano acartona la obra y la aparta de la verdad. Atenerse a ilustrar conceptos previamente desarrollados produce efectos similares.

El arte no debe ser el regazo acogedor de lo inteligible, esa no es su función, al contrario; su razón de ser consiste en adentrarse en territorios desconocidos. Debería más bien tratar de «neutralizar y separar las representaciones que los conceptos nos dan del mundo, para encontrar la realidad de una forma bruta e indisociada», dice Baudrillard.

En una época en la que todo debe ser explicado no estaría de más crear espacios de misterio, espacios de silencio; el silencio es una característica de la pintura. Leonardo da Vinci la consideraba «poesía muda»; pero la sociedad actual no quiere participar de ese silencio reparador, necesita el ruido y la velocidad, cualidades opuestas a las que se requieren para que sea posible la contemplación.

Separar el contenido de la forma no es posible; la expresividad de las obras está en su dicción y lo que el pintor quiere decir está en el modo de decirlo, o lo que es lo mismo, en su manera de pintar. La forma de expresarse significa más que lo que se pretende narrar (en el caso de que existan intenciones narrativas); emite un mensaje con más fuerza que la pretendida narración. Lo determinante no está en lo narrativo, en la literatura de la pintura; esto, a fin de cuentas, en caso de existir, solamente es un pretexto para crear la obra.

Opina Susan Sontang en su ensayo Contra la interpretación que no se trata de percibir en una obra de arte la mayor cantidad posible de contenido, y menos aún, en exprimir de la obra de arte un contenido mayor que el ya existente. Se trata de «reducir el contenido para poder ver en detalle el objeto».

Así pues, no está de más insistir en que la pintura posee un lenguaje con un código y con un alfabeto particular y, como tal, posee la capacidad de comunicar, de transmitir emociones; que siendo la pintura un lenguaje, la mejor comunicación se produce desde sí misma.

Ella es quien mejor nos dice. Por ello, cuando para explicarla recurrimos a otro lenguaje, al de la palabra hablada o escrita, con frecuencia decimos generalidades, damos rodeos y convertimos finalmente el cuadro en mera palabrería, transformamos la pintura en literatura. Pero desde ahí nunca podremos adentrarnos en el corazón de la obra.









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